lunes, 28 de enero de 2013

hospedajes en Pantín


         Lamentablemente, el “turista” se ha convertido en el embajador de lo urbano, de lo banal, del espectáculo. El “turista” es una persona con un plano en una mano y una cámara de fotos en la otra. Es un espectador de imágenes que a alguien le interesa vender. El turista pasa por un lugar, no lo vive. El turista observa un lugar, pero no lo comprende. El turista asiste embobado al folklore (un folklore edulcorado, empaquetado y listo para vender), pero no interioriza la cultura de un lugar. El turista mira en la distancia a la gente del lugar que coloniza temporalmente, pero no interactúa con ellos.
              Esto se debe a que el turismo representa la comercialización del tiempo de ocio. Vamos de viaje a otros lugares como quien va al teatro. Nos sentamos en unas butacas y dejamos que unos actores representen una realidad de la que nunca seremos partícipes.
        Siguiendo esta línea ascendente, comprendemos que el “turista” es simplemente el resultado monstruoso de la concepción actual de “turismo”.
             El hotel se ha convertido en esa “fortaleza” inexpugnable donde el “turista” se aísla. Es como una sucursal del hecho urbano. Como un McDonalds que un americano se encuentra en cualquier rincón del mundo y que le hace sentirse como en casa. El hotel cuenta con sus cafeterías, comedores, piscinas, espacios públicos, zonas de reuniones, etc. Y da igual en que parte del mundo estemos. Estos componentes de los hoteles siempre son iguales, independientemente de la parte del mundo en la que nos encontremos.
             Y todos los días los “turistas” salen, plano y cámara en mano, de sus hoteles para pasearse por los sitios emblemáticos que la “guía del buen turista” les señala.
             Se trata, también, de un problema económico-infraestructural. Hoy en día, la mayoría de los hoteles se entienden como unos elementos autosuficientes en donde un “turista” podría vivir sin salir de ellos durante un tiempo indefinido. Es una máquina generadora de dinero, pero que, generalmente, no enriquece económica ni infraestructuralmente al lugar donde se asienta. No le da nada al lugar ni a sus gentes. Los turistas disfrutan de lo que el sitio les ofrece, pero no dan nada a cambio. El hotel les da a los “turistas” cafeterías, comedores, excursiones programadas, ect. Pero siempre previo paso por caja.
             Eso genera una barrera insalvable entre los habitantes de Pantín y los “turistas”.
       ¿Por qué no crear algo que sirva de unión entre los habitantes de Pantín y la gente que va temporalmente? ¿Por qué construir cosas que Pantín ya puede ofrecernos? ¿Por qué no hacer de los “turistas” auténticos aventureros que estén dispuestos a entender, a mirar, a aprender, a relacionar? ¿Por qué no hacerles ver que no todo es espectáculo?
             No quiero hacer una “fortaleza” para el “turista”.
             No quiero hacer un proyecto autosuficiente, que sólo sirva para su propio enriquecimiento.
             No quiero hacer que la gente se hospede en una extensión del hecho urbano, en una sucursal de una sociedad del espectáculo de la que el entorno rural sigue escapando a duras penas.
            No quiero, en fin, que en Pantín existan dos realidades, dos mundos que nada tienen que ver el uno con el otro. Lo urbano y lo rural. Lo autóctono y lo foráneo. Lo real y lo espectacular.







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